Tobed - Iglesia fortaleza
Para ir a Tobed, desde Zaragoza, tenemos dos rutas de acceso y planificamos utilizar las dos, una para la ida y otra para el regreso, de forma que todo el viaje nos resulte variado porque, como hemos dicho en otras ocasiones, el viaje también debe ser un destino en si mismo.
Partimos de Zaragoza por la E-90 / A-2 en dirección a Madrid, autovía de cuantioso tráfico pero más relajado por ser hoy San Jorge, día festivo en nuestra Comunidad. En un suspiro llegamos a El Frasno, son las ventajas de las vías rápidas. Tras 70 km. recorridos abandonamos la autovía para tomar la A-1505 que ya nos llevará a Tobed.
Este trecho del camino es por carretera sinuosa, aquí no se cumple el axioma de la vía rápida que acabamos de dejar pero tiene la ventaja de permitirnos disfrutar de la naturaleza en estado puro. Todos los hermosos pueblos que hay en el camino, y que bien merecen una parada, distan seis km. entre si, dato curioso que despertó nuestro interés.
El primero de ellos es Inogés, rodeado de valles, en una loma sin superficie donde construir, prácticamente es una sola calle. La carretera nos descubre este pueblo de golpe, una aparición sorprendente y hermosa cual si para una postal hubiera sido preparado.
Siempre descendiendo, vamos negociando curva tras curva hasta Santa Cruz de Grío, para encontrarnos con su río que nos acompañará durante un trecho. Este pequeño río y la carretera son cuchillos que cortan el verde donde el árbol es el dueño, cuando no el silvestre pino o carrasca, una sucesión variada de frutales y, como es primavera, se puede sentir el monte en ebullición. Tras Santa Cruz las curvas se vuelven más dulces, estirando su trazado, hasta alcanzar nuestro destino, Tobed.
Para regresar, como queda dicho, seguimos camino otros seis km. hasta Codos, donde tomamos desvío a la izquierda de la marcha, por la A-1504 hacia Aguarón. Aquí se inicia la corta pero intensa subida al puerto (1048 m.), desde donde se tiene una preciosa vista del Campo de Cariñena.
El descenso, que nos lleva a Aguarón, lo hacemos en marcha tranquila para disfrutar de la vista. Después Cariñena y autovía donde se retoma la ventaja de la vía rápida y se pierde el disfrutar de la naturaleza.
La localidad de Tobed está en un bello enclave rodeado por las sierras de Algairén y de Vicor, formando ambas un estrecho valle por donde discurren las escasas aguas del río Grío, antiguamente conocido por río Tobed, el nombre que dominó en tiempos. Así la cercana localidad de Santa Cruz lo fue de Tobed, antes que de Grío.
Conocida por sus viejas cerámicas, de tierra y agua mudéjar, con arcillas de su río, tradiciones artesanas de manos manchadas de barro que se perdió no hace mucho con José Mª Quero, su último alfarero, cuando en el pasado llego a tener más de sesenta y fue el sustento de muchas familias. Testigo de ese apogeo hoy podemos encontrar un barrio, el de los Obradores.
Su economía depende de la agricultura, buenos vinos y frutales, donde no destaca por sus grandes producciones, pero si por una gran calidad obtenida merced a la bondad de sus aguas y el limpio clima de montaña que disfruta. Sus habitantes, de siempre acogedores y muy emprendedores, crearon una industria derivada de la producción vitícola, construyendo una docena de destilerías de las que se obtuvo el aguardiente que dio fama al pueblo durante cerca de un siglo.
Es uno de esos típicos rincones que en verano duplica, casi triplica, su población. En un paseo por sus calles podemos encontrar buenos testimonios de su historia bajo el yugo musulmán, hasta que Alfonso I el Batallador tomó la plaza de Calatayud en 1120. A la muerte del rey de Aragón pasó a depender del señorío de la orden del Santo Sepulcro, del priorato de Calatayud, hasta la desamortización de los bienes del Clero en 1837.
La Comarca de Calatayud, de la que Tobed forma parte, tiene un auténtico vergel del mejor mudéjar aragonés. Algunas de sus iglesias son verdaderas joyas de los siglos XIV, XV y XVI. Entre las muchas existentes destacan, por su originalidad, inteligente construcción y valor histórico las llamadas iglesias - fortaleza (las de Tobed y Torralba de Ribota son excelentes ejemplos). Este tipo de iglesias es fruto de la influencia de las órdenes militares en la región y época en que se erigieron (guerras entre Pedro I el Cruel de Castilla y Pedro IV el Ceremonioso de Aragón).
Presenta un atractivo casco urbano, al pie de la misma carretera destaca abriendo camino la torre cuadrangular de la iglesia parroquial de San Pedro, junto con la Casa palaciega construida en 1780 como residencia para el comendador.
Mas arriba, ya en el mismo corazón del pueblo, encontramos la plaza de la Virgen, donde se alza la antigua ermita, convertida después en iglesia monumental a Santa María, a quién los lugareños profesan gran fervor y que es, sin duda, el centro de nuestra visita.
Obra del siglo XIV (1356-1359) que fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el 2001. De estilo gótico-mudéjar, su fachada y torre nos deleita con una rica y abigarrada decoración geométrica realizada enteramente con ladrillo.
Está concebida exteriormente para la defensa, con una galería perimetral y un adarve defensivo, lo que la hace tan peculiar pues permite la conversión del templo en una pequeña fortaleza, no olvidemos que esta localidad estaba en la frontera con el reino de Castilla.
Hoy podemos disfrutar de toda su hermosura en perfecto estado de conservación, recientemente finalizada, que ha permitido recuperar el esplendor originario de su rica decoración interior a base de yeserías y de pinturas murales mudéjares, donde podemos encontrar una joya del arte de la miniatura y su altar mayor barroco, de madera dorada, donde se guarda la imagen gótica de alabastro de la Virgen con el niño, del siglo XIII.
La fama de santuario llevó hasta él numerosas peregrinaciones. Los reyes de Aragón y de Castilla manifestaron su devoción a la Virgen de Tobed con numerosos donativos, entre los que cabe destacar el de Martín I el Humano que donó una preciosa tabla en la que se representa a la Virgen y el Niño, obra que el rey de Francia había regalado al monarca aragonés.
En nuestras anteriores visitas no había sido nada fácil el capítulo de la pitanza, no encontramos en plaza lugar apropiado para ello, y en los pueblos de la ruta, todavía más pequeños, ni siquiera buscamos. Para hacerlo salimos a la carretera general y con ello sentimos perder parte del encanto de este viaje.
En esta ocasión todo ha sido diferente. Visitamos a Mario en su recoleto y naciente Mesón, con aire lugareño y muy acogedor. Recién inaugurado, cuenta con poco más de un año de vida y nos sorprendió satisfactoriamente. Se nos atendió adecuadamente y el almuerzo resultó como esperábamos, un buen momento para disipar la gana y disfrutar de la compañía. Tanto fue así que la medida del tiempo se escondió y cuando volvió a asomarse ya había transcurrido más de una hora.
Repetiremos visita, seguro.
EL MESÓN de MARIO
(c) 2009 Ignacio Gonzalvo